LOS CONTENIDOS DE CIENCIAS SOCIALES EN
EL CURRÍCULO ESCOLAR (I)*
Trabajo presentado en el VI Symposium de Didáctica
de las Ciencias Sociales. Pontevedra, España,
23 al 25 de marzo de 1.994
Dr. Joan Pagés **
El Currículum y los contenidos
En general, se puede considerar que existen dos grandes problemas en relación con la selección de los contenidos de ciencias sociales del curriculum. El primer problema se refiere a la escasa fundamentación científica de los contenidos que aparecen en los curricula más allá de algunos tópicos o de declaraciones de principios de naturaleza axiológica que, además de discutibles, suelen ser poco operativos para concretar y ordenar el contenido en las distintas etapas educativas.
Esta escasa fundamentación científica está motivada por dos hechos, íntimamente relacionados: el desconocimiento de lo que ocurre en las aulas, de lo que el profesorado realmente enseña de ciencias sociales, de cómo lo enseña y para qué lo enseña y, en la misma medida, el desconocimiento del qué, cómo y para qué aprende el alumnado. El segundo hecho es la escasez de investigaciones didácticas que permitan iluminar los problemas de la prác-tica y ayuden tanto a los diseñadores como a los profesores a tomar decisiones reflexivas sobre el curriculum y el contenido que merece la pena ser seleccionado (JOYCE/LITTLE/WRONSKI, 1.991; MASSIALAS , 1.990). La escasez de investigaciones didácticas y su calidad y valor para guiar u orientar el desarrollo del curriculum y la práctica es notoria en todos los países y, en especial, en el nuestro, aunque en los últimos años ha habido un considerable incremento de investigaciones didácticas.
El segundo problema tiene relación con la relevancia real de los cambios curriculares . En la literatura didáctica se afirma contundentemente que la mayoría de los propósitos que han justificado la necesidad de un cambio curricular no suelen alcanzarse nunca. Es decir, los objetivos de las reformas curriculares no tienen apenas ningún impacto en la práctica y, por ende, no mejoran ni la enseñanza ni el aprendizaje de aquellas personas a las que van destinados. Este problema obedece a dos razones: en primer lugar, a la gran distancia entre la conceptualización teórica que genera el cambio del curriculum y la práctica educativa. A menudo, además, se identifica el curriculum más como un documento que como una práctica. En segundo lugar, a la resistencia del profesorado al cambio como consecuencia del peso de las rutinas propias del día a día. En ambos sentidos, el abismo entre la teoría curricular y la práctica se hace casi insalvable a no ser que la formación inicial y permanente del profesorado gire alrededor de la práctica curricular y se conciba el cambio más como un cambio de las prácticas y del papel del profesorado que como un cambio de los documentos o de los materiales curriculares.
No son dos problemas nuevos. En realidad son tan antiguos como el propio curriculum ya que la función primordial de éste no ha sido otra, desde que existe, que seleccionar y secuenciar el contenido que deben aprender las nuevas generaciones. La selección y secuenciación del contenido ha sido una de las tareas básicas de cualquier sistema educativo desde que existe el curriculum. Por consiguiente, los contenidos seleccionados han sido siempre un medio al servicio de los propósitos o las finalidades educativas que en cada momento el sistema educativo y los intereses que éste representa les ha querido otorgar. En primer lugar, pues, la selección y la secuencia de los contenidos del curriculum nos remite necesariamente al problema de las finalidades, los propósitos o el valor educativo que se les otorgue.
La Finalidad de los Contenidos de las Ciencias Sociales
En realidad, pues, el problema de la selección y secuenciación de los contenidos de las Ciencias Sociales hemos de situarlo necesariamente en el campo de los propósitos y de las finalidades de estas enseñanzas.
Es en el campo de los propósitos, de las finalidades, donde la enseñanza de las Ciencias Sociales tiene sus principales problemas. ¿Cuáles son las finalidades, hoy, de la enseñanza de la Historia, la Geografía y el resto de Ciencias Sociales? ¿Qué aportan y qué pueden aportar las disciplinas sociales a la formación de la ciudadanía? ¿Cuáles son estas finalidades para la administración? ¿Cuáles son estas finalidades para el profesorado? ¿Cuáles son para los especialistas en Didáctica? ¿Qué espera la sociedad, es decir los padres y los alumnos, de la enseñanza social? ¿Cómo se manifiestan los propósitos en los contenidos y en los métodos y estrategias de enseñanza/aprendizaje? ¿De dónde procede la reflexión que el profesorado realiza sobre las finalidades? Tal vez son muchas preguntas por la poca cantidad de respuestas que se pueden dar a las mismas.
La primera y fundamental es clara: las finalidades de la enseñanza de lo social son las que por su propia naturaleza reciben más directamente las influencias socio-políticas e ideológicas de la propia sociedad, es decir, de las administraciones educativas, en primer lugar, pero también, de los editores de libros de texto y de materiales curriculares, de los autores de estos materiales, de los propietarios de centros privados, del profesorado y de los padres y alumnos.
La segunda, consecuencia de ésta, también es clara: los propósitos de la enseñanza de las Ciencias Sociales no son los mismos hoy que cuando aparecieron con carácter obligatorio en el curriculum escolar, ni tan siquiera son los mismos de hace quince, cinco o dos años. Sin embargo, algunas investigaciones realizadas en los Estados Unidos constatan que las prácticas por regla general han cambiado poco en lo que va de siglo (THORNTON, 1.990).
La tercera es que las finalidades de la enseñanza de lo social no son, no deben ser, las mismas en una sociedad totalitaria que en una sociedad democrática. Si lo que caracteriza la democracia es el reconocimiento y la defensa del pluralismo como valor supremo, hay que aceptar el hecho de que se produzcan interpretaciones diferentes de las finalidades de la enseñanza social. Lo contrario sería mantener una actitud autoritaria bajo una fachada democrática. Consecuentemente, el curriculum social ha de ser lo suficientemente flexible y abierto para permitir no solamente conocimientos distintos sino básicamente propósitos diferentes.
En la ya relativamente larga historia de la enseñanza de la Geografía y de la Historia y aún en los cambios curriculares recientes, las administraciones educativas de la mayoría de países de nuestro entorno han insistido en que la finalidad básica de la enseñanza de las Ciencias Sociales era y es la formación de la ciudadanía., con matices diferentes, esta finalidad consistía y consiste en una especie de formación cívica en torno a la nación, la patria, su organización política, su pasado, sus leyes, sus mitos, sus hechos y características "más relevantes" del pasado y del presente. En definitiva, los propósitos fundamentales eran y son arraigar a los alumnos y alumnas en su sociedad. Conducirles por una senda para que acepten con orgullo que forman parte de una identidad única e irrepetible -la suya- que se presenta como la mejor de las posibles.
Los matices han variado en función de la ideología dominante en cada momento histórico o del régimen político en el que se circunscribían. Sin lugar a dudas, las pretensiones del régimen franquista tienen poca relación con las pretensiones de los regímenes democráticos pero existe un fondo común que demuestra que el poder político -cualquier poder- difícilmente renuncia a su potestad de interpretar la realidad desde su perspectiva e imponerla a la ciudadanía a través del curriculum escolar.
Vano intento, como señalan acertadamente MARKER y MEHHLINGER (1.992) al referirse a los Estados Unidos donde la educación social no consigue ni siquiera que vote el 50% de la ciudadanía o donde la criminalidad y la violencia impera en las calles de las grandes urbes protagonizada por bandas juveniles recién salidas de las escuelas. Vano intento como ha demostrado la crisis de los países del Este en los que la enseñanza de la Historia y la Geografía tenían como finalidad fundamental mostrar e inculcar las virtudes y los valores de la patria socialista. Que lejos están de los valores socialistas los conflictos en la ex-URSS y de la guerra civil de la ex-Yugoslavia. Vano intento ante la enorme influencia de los medios de comunicación de masas y en especial de la televisión para socializar a chicos y jóvenes en unos valores pretendidamente universales.
¿Qué esperan los estudiantes de la enseñanza de la Geografía, la Historia y las otras Ciencias Sociales? ¿Qué expectativas tiene el alumnado en relación con el conocimiento social y como lo relaciona con su mundo y con su pensamiento social? ¿Cómo influyen y determinan estas expectativas su contexto cultural, su desarrollo, su madurez y las enseñanzas que han ido recibiendo a lo largo de su escolaridad? Averiguar las expectativas que el alumnado tiene de la enseñanza de las Ciencias Sociales y si estas cambian y cómo cambian a lo largo de su escolaridad debería ser una línea de investigación prioritaria para comprobar la relevancia y la eficacia de los contenidos del curriculum.
En mi opinión, y sean cuales sean los resultados que en relación con los propósitos de la enseñanza nos deparen futuras investigaciones, uno de los propósitos más deseables -y quizás más realista y pragmático -que la enseñanza de las Ciencias Sociales puede y debe cubrir actualmente en el panorama educativo es la formación del pensamiento social del alumnado. Los contenidos de las Ciencias Sociales deberían ir dirigidos al desarrollo del pensamiento social del alumnado (NEWMANN, 1.991). Y aunque no estemos en condiciones de saber como funciona ni de qué se compone el pensamiento social, si sabemos que existen unas capacidades, unos conocimientos, unas habilidades y unos valores más adecuados que otros para este propósito. En definitiva, se trata de seleccionar el contenido para capacitar al alumnado a fin de que aplique sus conocimientos al análisis de la realidad y quiera y desee intervenir con conocimiento de causa tanto en aquellos aspectos políticos y sociales más generales como en los más concretos de su vida cotidiana.
Tres líneas de actuación se derivan de esta última proposición: la primera , ya la he apuntado, es saber cómo se forma el pensamiento social, qué capacidades son básicas y propias del pensamiento social, qué requisitos o qué mecanismos se han de poner en marcha en la enseñanza para conseguir que el alumnado quiera pensar sobre sus propios conocimientos sociales y quiera cambiarlos a la luz de los nuevos conocimientos que se le ofrecen.
La segunda se refiere a la elección del contenido que mejor facilita el desarrollo del pensamiento y de los métodos y estrategias más adecuadas para este desarrollo. ¿Existen evidencias sobre qué tipo de contenidos sociales, geográficos e históricos, y qué métodos y estrategias selecciona-dos en función de sus peculiaridades facilitan en mayor o en menor medida el desarrollo del pensamiento social? ¿Existen evidencias que demuestren que es mejor y más eficaz optar por presentar y enseñar el contenido de manera disciplinar que interdisciplinar, o al revés? Existen algunas evidencias de que determinados contenidos y determinados métodos y estrategias instructivas facilitan al alumnado pensar y pensar de una determinada manera sobre contenidos sociales (STODOLSKY, 1991) y existen debates sobre la conveniencia de optar por un conocimiento interdisciplinar o por otro disciplinar (BRADY, 1993; WRAGA, 1993; EVANS, 1989; GAGNON, 1989; RAVITCH, 1989;...).
Sin embargo, no existen evidencias basadas en la investigación educativa de que el contenido seleccionado en los curricula de educación inicial, primaria y secundaria sea el contenido más adecuado para este propósito. Ni que el contenido secuenciado y concretado en los proyectos curriculares que se están elaborando fomente el pensamiento social del alumnado. Ni aún de que el contenido social seleccionado y secuenciado con criterios coherentes y justificados desde las fuentes epistemológica y psicopedagógica pueda por sí mismo fomentar el desarrollo del pensamiento social del alumnado. De nuevo, urge investigar lo que ocurre en las aulas y demostrar el valor educativo de los contenidos seleccionados.
Finalmente, una tercera situación surge de la necesidad de cambiar el propio pensamiento profesional del profesorado. La escasa preparación sociológica, psicopedagógica y didáctica recibida en su formación inicial, su prácticamente nulo papel en la determinación de los propósitos de su enseñanza, unido a los imperativos de un sistema educativo que ha potenciado la función propedéutica han conducido al predominio de unos contenidos geográficos e históricos a menudo obsoletos y casi siempre planteados con visiones pretendidamente holísticas y repetitivas y a unas prácticas de enseñanza rutinarias y poco estimulantes.
Existen ya investigaciones importantes, aunque sus conclusiones sean provisionales y difícilmente generalizables, sobre el papel que tiene las concepciones y los propósitos del profesorado en su relación con el desarrollo del curriculum, con la selección del contenido y con los métodos y estrategias instructivas. Los recientes trabajos de EVANS (1.988, 1.989,1.990) en los Estados Unidos ofrecen conclusiones atrayentes y sugieren líneas de investigación con mucho futuro al igual que los trabajos, también reciente, de GUIMERÁ (1.992), BLANCO (1.992) o PAGES (1.993) en nuestro país sobre el pensamiento del profesorado de historia. Faltan, no obstante, investigaciones sobre cómo construye su pensamiento el profesorado en formación y en especial sobre cómo lo amolda y lo cambia en función de la práctica. No existen investigaciones, al menos que yo conozca, que demuestren cómo se puede favorecer o facilitar el cambio del pensamiento del profesorado del área.
Es decir, cómo se puede producir un conflicto cognitivo que haga emerger sus ideas, contrastarlas con nuevos conocimientos y reconstruirlas a la luz de las aportaciones que aquellos les puedan hacer. Y esto ocurre entre un profesorado cuya formación teórica es, por lo general , de base histórica, es decir entre un profesorado que se supone que está especialmente preparado para detectar los cambios sociales, explicarlos y actuar en consecuencia. Y sin embargo, en su práctica profesional es reacio al cambio.
En mi opinión, el cambio curricular que se propone actualmente en nuestro país es una buena ocasión para investigar el pensamiento del profesorado y experimentar modelos que faciliten el cambio no traumático de sus prácticas y de sus teorías. Pero para ello hace falta que los principios del marco curricular se lleven realmente a la práctica y se establezca una relación directa y bidireccional entre el curriculum y la práctica del profesorado que le permita tomar conciencia de la importancia de tomar decisiones razonadas tanto sobre las finalidades o propósitos de su enseñanza como sobre el contenido y los métodos que puedan utilizar.
** Director del Dpto. de Didáctica de las Ciencias Sociales. Universidad Autónoma de Barcelona, España.
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